domingo, 20 de mayo de 2018

La dacha, la verdad y la mentira.. por Antonio Soler


Francisco Umbral, hablando de la obra de Proust, decía que el cogollito de los Verdurin vivía en diminutivo. De modo que cuando esos personajes salían de París para ir su lugar de esparcimiento llamaban al tren «el trenecito» y así con todo. Bien. Pues hay gente que vive en aumentativo. Pablo Iglesias por ejemplo. Una especie de Manolo del Bombo de la política que a cada desbarre ético -real o supuesto- ajeno daba un campanazo. La cal viva, el especulador Guindos, los vampiros capitalistas que vivían a costa de explotar a los pobres o directamente del erario público. Un regenerador radical, algo que sonó a esperanza en la España desfondada de la crisis y que, en medio del desamparo de los más humildes, continuaba viendo cómo la banca blindaba millonariamente a sus capitostes y los corruptos de la política surcaban el cielo en un vuelo raso y vergonzante. Un Robespierre, un Saint-Just, un Lenin vayecano venía a redimir a los humillados y ofendidos.


Un desafío, una política necesaria para hacer de contrapeso al menos, para corregir el rumbo indolente que habían tomado los llamados partidos clásicos. Sin embargo, en medio de esa cruda realidad el discurso sonaba a hueco. Ya se sabe que el bombo no es un instrumento creado para la sutileza, pero aún así el bombo de Iglesias era un bombo desafinado. De modo que se planteaba una cuestión clave. Si el personaje Iglesias era un mesías o alguien que había visto el campo abonado para el mesianismo. Un aprovechategui según el diccionario mariano. Su zigzagueo ideológico ayudaba poco a su credibilidad. Unos días bordeaba el código antisistema y el día siguiente, con los humos jacobinos bajados, se autodefinía como socialdemócrata y se proclamaba el Felipe González del nuevo siglo para a continuación -quizás porque Felipe se desmarcó del parecido y derivó la semejanza a Aznar- endosarle crímenes de Estado.




Ese es el asunto y por ese motivo una cuestión privada se hace pública. Su credibilidad es lo que se dirime con la dacha. No que quiera vivir cómo y donde quiera. Faltaría más. No. Lo que más importa no es que sea contradictorio o que se aplique la ley del embudo. El asunto es ver si el mesías es o era un mesías o un vendedor ambulante de feria. Un charlatán que va diciendo lo que le conviene a cada paso. Esa es la cuestión. La otra, la de los privilegios de casta que alcanzan quienes dicen luchar contra las castas, es una vieja tradición. Enver Hoxha, el ultra comunista líder de Albania, y la cúpula de su partido vivían en un barrio de Tirana al que estaba vetado el acceso de los demás ciudadanos. Los dirigentes castristas tampoco han vivido en las zonas populares de La Habana, etc. Un tic que ahora le achacan a Iglesias. Es o que tiene ir de aumentativo por el mundo. Por cierto, los Verdurin eran unos burgueses que querían cargarse a la aristocracia. No por justicia social. Sino para ocupar su lugar.
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