lunes, 11 de diciembre de 2017

Malas compañías ... por Cipriano Torres

Me gusta, y mucho, Cristina Pardo. Es la castañuela del periodismo, lista como una pupa, divertida como un castillo de fuegos de artificio, e irónica como una viñeta del mejor dibujante de la actualidad. Su sitio está en La Sexta, un dedo para un anillo. No la veo en otra cadena. La señora maneja tan bien los hilos del debate que hasta se hace un Ferreras y consigue que olvidemos al Ferreras del periodismo intenso y dramático, qué hombre. Donde el jefe pone un silencio teatral apoyado por la música épica que sube y baja como la noria de las ferias, ella pone su sonrisita de medio lado, como el tumbao que tienen los guapos al caminar, las manos siempre en los bolsillos de su gabán pa que no sepan en cuál de ellas lleva el puñal, el puñal de su guasa, la navaja del sarcasmo, el anda y no me cuentes historias que te conozco, gañán, y vaya que sí, que Cristina Pardo, por salir, sale indemne hasta compartiendo tertulia con Eduardo Inda, una de las malas, de las peores compañías que imaginarse pueda nadie.
La semana pasada la periodista navarra estrenó la segunda temporada de Malas compañías, incidiendo de nuevo en la corrupción que asola este país, de manera estructural, dicen si hacemos caso a la justicia cuando habla del PP, pero Cristina se fue a Cataluña esta vez, y allí, oh dios mío, los rufianes parece que llevan pegado en la frente un cartelito que pone tres por ciento, tres por ciento. Pero eso fue la semana pasada. Las malas compañías no son cosa de fechas. Siempre las hubo, hay, y habrá. Es lo que me pregunto cada vez que veo a Josie, ese esperpéntico señor que habla de rasé y tendencias, sentado en Zapeando. ¿De verdad que al programa de Frank Blanco le hace falta este tipo de compañía? Hace unos días, no sé, quizá unas semanas, me encontré al pájaro este con una arquitectura de plástico encajada en su cabeza a modo de «lo más», expresión al uso de estos mendas mendaces. Ojo con las palabras, me digo, que las carga el diablo. Yo vivía sin saber qué es rasé, y sigo sin saberlo, pero tengo las orejas abiertas por si me lo hayo. Yo vivía sin saber lo que era una choni, y ahora, virgen santa, voy por la calle topándome con ellas a un ritmo endiablado. Total, que me pregunto, hablando de malas compañías, qué hace Nicolás Maduro, sí, el demonio de Venezuela, viendo cada tarde Zapeando. No sólo eso. Está tan colgado del programa que está dispuesto a sentarse una tarde como un Miki Nadal o una Anna Simón cualquiera. Dicho con su boquita de escorpión.

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