domingo, 9 de julio de 2017

Aquí no se vive: aquí se reside ... por Pablo Bujalance

Las advertencias contra el turismo descontrolado que afecta a Barcelona empiezan a hacerse sonar en Málaga lLa cuestión es quién plantea la primera alternativa a la gentrificación colonial.

De entrada, uno tiende a pensar que en este asunto se exagera demasiado. Pero un día te das cuenta de que las casas que estaban reformando en la misma acera de tu domicilio lucen ya el emblema de los apartamentos turísticos y empiezan a recibir a los primeros inquilinos. Los bares en los que uno desayuna en el barrio de la Victoria están atestados de guiris: donde antes veías a María, que siempre se enfadaba por los camareros vaya usted a saber por qué, o al señor párroco atendiendo a la feligresía ante unos churros, ahora comparecen escrutadores de guías turísticas, pelirrojos, con sandalias y calcetines, que se hacen un lío con las modalidades de café y pitufo. Por supuesto, no hay ningún problema: que venga todo el turismo que quiera. Sin turismo Málaga no sería nada. Entre otros motivos, porque la ciudad nunca se ha preocupado demasiado por desarrollar una alternativa, ni en industrias ni en servicios. Pero algo empieza a oler a chamusquina cuando compruebas que el centro se ha quedado pequeño en lo que a residencias turísticas se refiere y ahora la onda se expande por su continuación natural, esto es, La Victoria. Prueben a encontrar un alquiler a un precio razonable en el Jardín de los Monos, en Cristo de la Epidemia, en Fernando El Católico o por allí cerca. Ya es imposible. No hay. Igual que en el centro. Pero apartamentos turísticos sí, de estos empieza a haber unos cuantos. Y la cosa empieza a tener poca gracia, porque el problema no es sólo la vivienda. Hace poco, una pareja de turistas me preguntó en Uncibay por un supermercado. Y no se me ocurrió ninguno más cercano que el Supersol de Atarazanas. Claro, ¿para qué vamos a poner supermercados en el centro si aquí no vive nadie? Porque así reza el discurso predominante: desde la Plaza de la Merced (convendría ser honestos y ampliar a la de la Victoria) hasta la Plaza de la Marina no se vive, sólo se reside, y por breves temporadas. Hay una asociación de vecinos del centro que se queja de vez en cuando, pero con no hacerles caso vamos apañados. De igual modo, para qué vas a poner servicios y comercios que no sean franquicias si el turismo al que aspiramos quiere estar en la calle Granada igual que en un hotel, pero más molón y con museos.

Que sí, claro que el turismo es necesario. Sin esos guiris no iríamos a ninguna parte. Entonces, es normal que si el Ayuntamiento decide meterle mano al Astoria lo haga pensando en los turistas, con Banderas o sin él. Con mucho rollo gourmet, y si tiene que haber un teatrito que gestione Starlite y venga Dustin Hoffman. Y si ya nos hemos habituado a encontrar espacios públicos invadidos por terrazas, porque total si aquí no vive nadie para qué queremos espacios públicos, ahora tenemos que acostumbrar a que en esas terrazas haya ruido y música amplificada hasta las tantas todas las noches, porque claro, no es lo mismo una terraza sin ambiente ni música. No importa que al permitirlo el Ayuntamiento incumpla su propia normativa sobre ruidos ni lo que legalmente dictamina la Junta de Andalucía. Si no, siempre podemos poner una procesión en julio. Si aquí no vive nadie, el derecho al descanso, que existe y amparan instituciones internacionales, podemos dejarlo para más adelante. Igual que el derecho a vivir donde uno quiera. Hasta no hace mucho se podía encontrar un alquiler en el centro. Ahora, no. Y no es posible por un encarecimiento artificial e inflado de la vivienda en pro de una competencia turística, no inmobiliaria. Por no hablar de los ruidos y carencias que tienen que soportar los vecinos que todavía quedan, si es que queda alguno. La Victoria ya va por el mismo camino. Lógico, está a un tiro de piedra.

Pero qué le vamos a hacer. La industria turística nos sostiene. Si hay que hacer política cultural, hay que pensar en el turismo. Si hay que acordar qué calles se limpian y cuáles no se limpian a tenor de los efectivos, hay que pensar en el turismo. Y sin embargo, ¿hasta qué punto nos sostiene realmente el turismo? Y no me refiero al cuánto, sino al cómo. Claro que el turismo nos sostiene: pero lo hace con una estacionalidad brutal contraria a cualquier matiz de perdurabilidad en el empleo. Lo hace con el mismo tejido de siempre, sin posibilidad de desarrollo, sin modernización y sin conocimiento. El turismo nos sostiene, sí, pero como decía el clásico: con pan para hoy y hambre para mañana. Y este turismo de apartamentos no constituye una novedad: no genera mucho más de lo que consume. Algún día podría el Ayuntamiento dar a conocer el balance real entre lo que cuesta a la ciudad llamar al turismo, museos incluidos, y los beneficios que el turismo deja. Porque, fuera del centro, Málaga es una ciudad detenida en el tiempo y en gran medida atrasada. No vale únicamente con esperar a que Lagunillas se caiga a cachos para poder construir más apartamentos. Empieza a haber llamadas a la advertencia contra el modelo barcelonés de gentrificación. Algunos mensajes agresivos son una barbaridad: sí necesitamos que vengan turistas. Pero necesitamos también una política que vaya más allá del afán recaudatorio. Una política que nos permita vivir, no residir. También a quienes ya lo hacemos.
Pablo Bujalance

No hay comentarios:

Publicar un comentario