domingo, 15 de enero de 2017

Amos de la Pista ...por Antonio Soler

Era el modo de locomoción soñado, aquel con el que se dibujaba la civilización de los países europeos. Las bicicletas de Amsterdam llevadas por ejecutivas de diseño, los velocípedos alemanes con su canasta delantera repleta de hortalizas entre las que asomaba el Frankfurter Allgemeine o los idílicos carriles suizos transitados por gente tan pacífica que parecía estar rodando un anuncio publicitario. Siguiendo ese modelo se puso a circular por nuestras temidas vías mucha gente de buena fe. Los ayuntamientos se lanzaron a idear carriles bici y a reservar espacio para los buenos samaritanos del ciclismo allí por donde antes transitaban peatones o desaforados automovilistas. Así se inició una convivencia en la que el sueño pastoril se encontró con una realidad bastante más compleja. Sin embargo, la cruda realidad no frenó el uso de la bicicleta sino que lo disparó. Medio de transporte barato, vida sana, ecología y un plus de modernidad avalaban a los practicantes del ciclismo urbano. Y súbitamente el ciclista pasó de paria a emperador.

Y en eso andamos. En precario. Porque el ideal cívico que habíamos entrevisto en algunas ciudades de Europa, además de carriles decentes, contaba con algo básico: educación vial o simplemente educación. Algo que no dependía de los ayuntamientos sino de los propios ciclistas. De modo que en estos momentos, junto a unos usuarios de la bicicleta completamente civilizados nos encontramos con una tropa de vándalos que se consideran con derecho a todo por el simple hecho de ir a dos ruedas. En Málaga y en cualquiera de las más importantes capitales españolas los ciclistas, además de usar sus carriles correspondientes, hacen slaloms por las aceras usando a los peatones como de pivotes, sortean automóviles por la calzada, aparecen doblando una esquina en dirección prohibida o usan cualquier cuesta para sentirse en pleno Tourmalet sin importar el estropicio circulatorio ni el peligro que ocasionan sus bandazos por mitad del asfalto o su velocidad prácticamente estática.

Frente a tanto dislate, el RACE ha propuesto que la conducta viaria de los ciclistas se regule por medio del carnet por puntos y que cuando conduzcan por dirección prohibida, a la velocidad del rayo por una acera o bajo los efectos del alcohol o las drogas sean penalizados como el conductor de cualquier otro vehículo. Además, piden que los ciclistas cuenten con un seguro y una placa identificativa. Una herejía. Una ofensa para este gremio áulico que considera un disparate el hecho de someterse a un control que no existe en otros países europeos. Y es cierto que no existe, quizás porque tampoco existe el vandalismo de los desacostumbrados ciclistas patrios. El argumento que esgrimen desde las asociaciones ciclistas es que con esa norma disminuirían los usuarios de bicicletas. Lo mismo podrían decir los motociclistas o los tractoristas. Pero no, la bicicleta ha devenido sagrada. Si no es la DGT, tendrá que ser la policía municipal pero alguien, en algún momento, deberá controlar a estos despendolados amos de la pista, por muy impopular que la cosa sea.




Antonio Soler

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