En un tiempo no muy lejano en Málaga hubo un pequeño Albaicín, que
nació volcado al mar, cuando las olas batían a los pies de la Alcazaba.
En la falda que ahora ocupa un paseo alicatado y gris, por el que casi
nunca pasea nadie (triste paradoja), había casas, flores y gallos. La
vida se iba haciendo con muchas fatiguitas, en las espaldas y los brazos
de los estibadores y al servicio de las familias pudientes, como evoca
mi amigo Juan Luis Pinto en su novela 'El vigía Puerta Oscura' (no se la
pierdan si les apasionan los temas malaguitas). De haber sido un barrio
rico jamás se habría echado abajo casi por completo, y ahora sólo
quedan dos ejemplos de lo que fue. En La Odisea, que así se llama el
negocio de vinos y tapas que ocupa una de las casas, se come y se bebe
de lo mejor, dicho sea de paso.
La Coracha es quizás el ejemplo más sombrío de la devastación
urbanística. Desde los años 70 y sobre todo en la década de los 80 y 90
sufrió un fuerte deterioro, abandonado por los sucesivos gobiernos
municipales, que no podían ni soñar con las cotas de proyección
turística y cultural que la ciudad ha alcanzado ahora. A toro pasado
todo es muy fácil, pero entonces muy pocos vieron el interés de
conservar y preservar una calle tan pintoresca como parte del patrimonio
urbano. Con la apertura del túnel de la Alcazaba en 1998, durante la
Alcaldía de Celia Villalobos, se expropiaron las viviendas y se hizo lo
que se hacía entonces: un concurso de ideas para darle un nuevo uso al
entorno. Finalmente, las derribaron y se proyectó el camino de rampas
ajardinadas que hay ahora.
Pero esta Málaga no tiene nada que ver con la de hace casi dos
décadas, y con buen criterio la asociación Rayya (creada para reclamar a
los gobernantes que den a la provincia el peso institucional que merece
en España, según su propia definición) acaba de lanzar una petición a
través de la plataforma Change.org en la que reclaman, ni más ni menos,
que se reconstruyan las casas antiguas. Propone Rayya que éstas se
puedan convertir en negocios de artesanía, para mostrar labores
tradicionales y para dar a conocer la etnografía malagueña, como
complemento a la visita a la Alcazaba y Gibralfaro.
La propuesta y los cientos de mensajes de apoyo que ha motivado,
algunos incluso de antiguos vecinos, demuestran por sí solos que La
Coracha sigue viviendo en los corazones de los malagueños. Otra cosa es
que alguien en La Casona se atreva a recoger el guante.
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