domingo, 25 de septiembre de 2016

Otoño ...por Antonio Soler

 El verano se ha ido desgranando en una sucesión de rumores, escaramuzas y parálisis política. La estación se prestaba a lo vacuo. Dicen que el estío es la época de la intrascendencia, de lo inane, de una alegría de cigarra que luego, con el primer soplo frío del otoño, se transforma en melancolía. Y, supuestamente, en responsabilidad. El día de hoy, 25-S, estaba marcado en el calendario como la enésima llamada al orden, a la sensatez. Las elecciones vascas y gallegas marcaban el límite de las futilidades. Esta tarde un nuevo diagnóstico popular servirá de brújula a los partidos políticos en su camino hacia El Dorado. Sí, es posible que quede señalado un camino, pero eso no significará que los dirigentes políticos lo sigan.
Simplemente tendrán un dato más para la cábala, una línea de puntos dibujada en ese cielo todavía demasiado estrellado de los veranos que cada cual querrá interpretar a su modo. Los datos pueden ser descifrados y retorcidos por los gurúes en la sede de cada partido. No son las brujas de Macbeth, pero lo intentan. Ellos también proyectan su larga vida hasta que el bosque de Birnam no llegue hasta su Dunsinane particular. Y ahí estarán fortificados hasta ser desalojados por una fuerza mayor, ya sea una horda irrefrenable de votos o un ejército camuflado detrás de un bosque amigo. Errejones, Iglesias, Monederos afilando los cuchillos del pueblo. Copiando ese manejo de las dagas florentinas que parecía exclusivo de la gente de la casta. El raso del 15-M, aquella intemperie primaveral, y también veraniega, de la Puerta del Sol, ha dado paso a esa estratagema de laberintos palaciegos y al bombo y platillo de las cámaras de televisión. Por mucho que a Iglesias le sobrevengan arrebatos mitineros, se acabó aquel espíritu de camping urbano, aquella comunión retroactiva de quienes no tuvieron edad para vivir la Transición y quisieron inventarse la suya propia, con un pie en la modernidad y otro -el eterno Puente de los Franceses de Monedero- en la nostalgia de la Guerra Civil.

En el otro costado de la izquierda, Sánchez ha bebido el caldo infecto de las brujas shakesperianas. O eso aparenta. Parece determinado a cumplir los presagios maléficos, aquellos que le auguraban un destino turbio y lo presentaban como la encarnación áspera del superviviente, del náufrago que sólo aspira a ser el patrón del bote salvavidas por encima de cualquier otra circunstancia. Pilotando un preocupante descenso por la rampa electoral y tras haber renunciado a encabezar un gobierno avalado por una exigua -y crítica- minoría socialista y un raro surtido parlamentario, se destapa ahora con una extraña fórmula en la que una alambicada posibilidad de gobernar se trufa con un presunto congreso del partido y un raro juego de manos de cónclaves socialistas. En la otra orilla, Rajoy, salvado de la purga interna gracias al resultado electoral, criogenizado, espera acontecimientos. Sólo Rivera, alma de junco, parece librarse de este viento otoñal que estremece a sus adversarios como si fuesen hojas caducas.




Antonio Soler

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