jueves, 18 de agosto de 2016

Garzón y La Tropa ... por Antonio Soler.

De pronto, en medio de la canícula, Millán Astray se ha metido en la política nacional. El tuerto-manco, medio cojo y recosido Astray, enemigo de la inteligencia en la figura de Unamuno, fue elogiado por el que debemos considerar como el epígono más claro del 98, Camilo José Cela. Antes de ser puente con los escritores del exilio y un elemento poco grato al franquismo, Cela le hizo una loa disparatada y odiosa al fundador de la Legión. Allí se decía que «la guerra no es triste» y que fuera de la Bandera (con mayúsculas en el original) «nada, ni aún la vida, importa». El despropósito, mucho más en la línea de la brutalidad de Millán Astray que en la del pendular y ensimismado Unamuno, ha sido rescatado en mala hora por el Ejército de Tierra (también con mayúsculas en todos los papeles) para darle ánimos a un deportista español, a Rafael Nadal concretamente, confundiendo la raqueta con el cañón y el deporte con la mística de la sangre. Y por en medio se cruzó Alberto Garzón.


Garzón, que el día antes andaba por Málaga metido por la feria, que es la verdadera marea, el motor que necesita su nueva alianza en fase de desmayo, fue bloqueado electrónicamente por el Ejército español. Y quiere pedir cuentas en ese Congreso mediopensionista que tenemos. En medio del verano le ha salido este bolo, este asunto que lo va a distraer del espejismo nacional que él contribuye a fomentar, alentando a Pedro Sánchez a que forme un Gobierno progresista. Garzón es joven y tiene sus ojos bien afilados, pero al decir esas cosas, él y sus compañeros, uno piensa que también andan tuertos. No de metralla como el belicoso energúmeno sino de ilusión. Una ilusión óptica que es la que nos quieren transmitir los políticos situados a la izquierda de Ciudadanos cuando nos dicen que el PP acuda en su limosneo gubernamental a otras puertas. Uno mira la calle política y es una calle como esas del far west. Cuatro casas y luego el granero donde hacen los ataúdes y el bebedero en el que los forasteros -es decir la gente de Esquerra y los irredentos del independentismo- aparcan el caballo.

Una alucinación. Alberto Garzón, como los socialistas, le dice a los del PP que vayan a pedir agua al bebedero de los caballos, allí donde el pueblo no es pueblo y sólo queda el descampado, el desierto que va a dar a las terceras elecciones. Ve el atribulado Garzón la fuerza invisible, los votos de quienes aspiran a romper la baraja, el agujero negro de la aritmética. El temor de que el matrimonio de conveniencia con Podemos se derrumbe lo fuerza a tener fe en lo inextricable. El Ejército, haciendo de Séptimo de caballería o de a mí la Legión, ha venido a traerle esta cantimplora veraniega en forma de censura con Millán Astray y el peor Cela de por medio. Al menos el hombre ya tiene donde desfogar un rato.
ANTONIO SOLER
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